El Alzheimer, un aprendizaje

Tenemos mucho por aprender sobre esta enfermedad, y no porque le pongamos un nombre a una patología, como Alzheimer, para todos será el mismo aprendizaje o la misma situación.

Hay personas de distintas edades que lo padecen. Hay quienes lo viven dentro de una familia que lo trata de una manera distinta. Algunos padecen el tener que pasar por esta situación con un familiar, otros lo sufren menos. Hay personas que tienen la paciencia para tratar con todo esto. Algunas se afectan cuando un padre o una madre no los reconoce, hay otras que saben entender que es por la enfermedad y no intencional el no reconocerlos o haberlos olvidado. Esto tiene mucho que ver en cómo hemos vivido nuestra vida.

La realidad es que venimos una cantidad importante de veces a este mundo y vamos haciendo muchas cosas que no solemos corregir y lejos de cambiarlas vamos contrayendo cada vez más deudas.

No es tan solo el hecho físico de haber lastimado a alguien, como suele pensarse: “te hice daño en una vida anterior y en esta vida volvemos a estar juntos para que de alguna manera se pueda equilibrar la balanza, ahora  devolviéndome lo que yo te di en su momento”. No es tan simple y tampoco Dios convirtió la Tierra en un lugar en donde pone contrincantes para que se enfrenten y se den escarmientos el uno al otro.

Lo que hay que aprender es que tenemos que vivir todos por amor.

Una persona que está padeciendo Alzhéimer es alguien que tiene un grado importante de  desconexión con su propia memoria y con la realidad que le rodea.

Hay que “ver” para tener la claridad sobre cada individuo, pero eso no lo sabremos porque entra dentro de una visión más divina. Hay que saber qué desconocimiento tuvo esa persona a lo largo de la vida, pero en cualquier caso merece la atención amorosa, la compasión, el acompañamiento con amor que necesita para esa realidad que está viviendo, en la cual por más que se esfuerce no podrá salir.

La única manera de acompañarla en el proceso, en el tiempo que tenga de vida restante hasta tener que partir al lugar de descanso, es de forma luminosa, debemos acompañarla con luz, acompañarla con amor, tener la paciencia que necesita que tengamos para que ella pueda lidiar mejor con lo que está pasando.

También es un trabajo para los que nos toca acompañar a esa persona el desarrollar más la paciencia, porque no es tan solo en beneficio de quien padece la enfermedad, sino que es en beneficio de los que están alrededor suyo que pueden conocer de la paciencia, conocer del amor, a partir de esa situación, como antes no lo habían visto. “Cuando mamá estaba bien no tenía paciencia y no me tomaba el tiempo”. No es en todos los casos así, pero suele suceder que, cuando somos personas adultas, quizás estando nuestros padres en la ancianidad ya no los visitamos como lo hacíamos antes, no les dedicamos tanto tiempo para responderles cuando nos hacen una llamada y entonces nos vamos alejando. Cuando llega esta situación nos necesitan, y dependen de nosotros, es en ese momento que también nos llega un trabajo.

Tenemos que ver cómo podemos acompañarlos superando esa realidad de habernos alejado y aislado, que no nos resultó productiva porque tratar con ellos era un problema. Todo dependerá del nivel de afecto que uno tenía con sus padres.

El hecho de haber nacido en una familia no quiere decir precisamente que vivamos como familia, porque a veces teniendo un padre, teniendo una madre, no me interesa lo que le sucede, no me ocupo de ver cuáles son sus necesidades o qué les pasa. Estoy viviendo mi vida, y a lo mejor tengo muchos justificativos para hacer esto: “son invasivos, no me respetan, nunca me dieron lo que esperaba”. Tenemos nuestros motivos, pero nada justifica el dejar de darles amor y apoyo en un momento de necesidad.

En el caso del Alzheimer la persona ha perdido en buena medida la memoria, si hizo algún daño no se acuerda, y si está haciendo un daño -porque a veces reiteran lo hecho-  como no reconocen suelen ponerse agresivos. Al no reconocerlo piensan que es alguien que está invadiendo su espacio, su hogar, su vida, y de repente es un hijo.

Hay que tenerles paciencia y acompañarles con amor

Porque ese amor que le podemos llegar a dar, luego cuando tenga que volver a nacer, se encontrará con ese apoyo que recibió de los que en este momento son sus hijos. Cuando vuelva no los verá, habrá nacido tal vez en distinto continente o puede que uno esté encarnado y otro no, pero esa carga de amor, esa energía está presente.

La luz del amor es eterna, es infinita. Si nosotros la proyectamos se la transmitimos y esto lo envuelve, llega a su vida, más allá de que parezca que no, porque no responde a ello, ese amor llega.

Dios no abandona a sus hijos aunque lo desconocen, no creen en él o no toman sus impulsos.

Nosotros tenemos que seguir ese ejemplo y no abandonarlos.

Extraído del programa de radio Aprendamos Juntos ver episodio

(200519)