Un padre que acompaña

Si entendemos lo que significa acompañar, no será difícil criar un hijo respetándolo.

Acompañar no es condicionar ni tratar de que el otro haga de su vida lo que nosotros entendemos es lo mejor. Es tratar de ver juntos lo que es mejor para ese individuo, que podría ser tal vez  nuestro hijo.

Acompañar es ir junto a quien va marchando, y en esa marcha tratar de advertir desde nuestro conocimiento. También tenemos que estar atentos para ver lo que podemos aprender. Generalmente desconocemos el alcance de la conciencia en nosotros mismos, a veces no conocemos nuestros límites, nuestras posibilidades, la osadía que podemos tener para enfrentar lo que se presenta. Al estar acompañando a alguien que tiene otra conciencia, él nos puede sorprender dándonos enseñanzas de cómo vivir algo que tal vez nosotros ya habíamos superado. Y cuando su visión es más clara que la propia, vamos aprendiendo juntos mientras acompañamos.

Un hijo siempre será un hijo, no importa la edad que tenga, siempre podremos aconsejarlo, escucharlo y compartir. La intención es ayudar y aprovechar los momentos de contacto amoroso. Debemos acompañarlo el tiempo que sea ne­cesario. Si es el amor el que nos liga con nuestro hijo, con amor hay que acompañarlo siempre.

Muchos problemas que aparecen y que cuestan tratar, tienen que ver también con la falta de seguimiento. Nuestros hijos no nos preocupan mientras no nos traen problemas. Viven la vida en la calle o en su habitación, con liber­tad de ver lo que quieren, haciendo lo que desean hasta que un día aparece un problema que los aqueja o vemos en su comporta­miento una afección, y entonces ahí reaccionamos. Lo hacemos en el momento en que se manifiesta pero esto se viene gestando desde hace tiempo porque tal vez no estuvimos haciendo el seguimiento que correspondía.

Traer un hijo al mundo debe ser desde el amor más puro posible para poder acompañarlo en todo su crecimiento, en las buenas y en las malas. Que no es estar presionándolo, exigiéndole, ni marcándole el paso, sino que es estar a la distancia que nos permita o que corresponda, para poder aconsejar antes de que tome malas decisiones.

Un seguimiento es constante. Un padre no debe esperar a que el hijo le diga que necesita algo, es responsable de él durante mucho tiempo, hasta que tenga su adultez y pueda hacer de su vida lo que entiende es lo mejor o lo más correcto y hacerse responsable también de las equivocaciones que pueda llegar a tener. Si lo acompañamos constantemente, podemos llegar a pre­venir.

En la medida de lo posible, busquemos que haya comunicación, tratando de compartir una semilla de amor que vaya fructificando dentro de ellos, y donde quiera que se encuentren puedan sacar de su interior lo que allí hay. Y lo que allí hay es el amor que compartimos.

Daniel Ferminades

Ver también: Acompañando la vida de los hijos. La Niñez – Adolescencia .